Comentario
Como desque hubimos llegado al pueblo de Ciguatepecad envió Cortés por capitán a Francisco de Medina para que, topando a Simón de Cuenca, viniesen con los dos navíos ya otra vez por mí memorados al Triunfo de la Santa Cruz, al Golfo-Dulce, y de lo que más pasó
Pues como hubimos llegado a este pueblo que dicho tengo, Cortés halagó mucho a los caciques y principales y les dio buenos chalchihuites de México, y se informó a qué parte salía un río muy caudaloso y recio que junto a aquel pueblo pasaba, y le dijeron que iba a dar en unos esteros donde había una población que se dice Güeyatasta, y que junto a él estaba otro gran pueblo que se dice Xicalango; parecióle a Cortés que sería bien luego enviar dos españoles en canoas para que saliesen a la costa del norte y supiesen del capitán Simón de Cuenca y sus dos navíos, que había mandado cargar de vituallas para el camino que dicho tengo, y escribióle haciéndole saber de nuestros trabajos y que saliese por la costa adelante; y después de bien informado cómo podría ir por aquel río hasta las poblaciones por mí dichas, envió dos españoles, y el más principal dellos, que ya le he nombrado otras veces, se decía Francisco de Medina, y diole poder para ser capitán, juntamente con el Simón de Cuenca, que este Medina era muy diligente y tenía lengua de toda la tierra; y este fue el soldado que hizo levantar el pueblo de Chamula cuando fuimos con el capitán Luis Marín a la conquista de Chiapa, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y valiera más que tal poder nunca le diera Cortés, por lo que adelante acaeció, y es, que fue por el río abajo hasta que llegó adonde el Simón de Cuenca estaba con sus dos navíos en lo de Xicalango, esperando nuevas de Cortés, y después de dadas las cartas de Cortés, presentó sus provisiones para ser capitán, y sobre el mandar tuvieron palabras entrambos capitanes, de manera que vinieron a las armas, y de la parte del uno y del otro murieron todos los españoles que iban en el navío, que no quedaron sino seis o siete; y cuando vieron los indios de Xicalango e Güeyatasta aquella revuelta, dan en ellos y acabáronlos de matar a todos, e queman los navíos, que nunca supimos cosa ninguna dellos hasta de ahí a dos años y medio. Dejemos más de hablar en esto, y volvamos al pueblo donde estábamos, que se dice Ciguatepecad, y diré cómo los indios principales dijeron a Cortés que había desde allí a Gueyacalá tres jornadas y que en el camino había de pasar dos ríos, y el uno dellos era muy hondo y ancho, y luego había unos malos tremedales y grandes ciénagas, y que si no tenía canoas que no podría pasar caballos ni aun ninguno de su ejército; y luego Cortés envió a dos soldados con tres indios principales de aquel pueblo para que se lo mostrasen y tanteasen el río y ciénagas, y viesen de qué manera podríamos pasar, y que trajesen buena relación dellos; y llamábanse los soldados que envió, Martín García, y era valenciano y alguacil de nuestro ejército, y el otro se decía Pedro de Ribera; y el Martín García, que era a quien más se lo encomendó Cortés, vio los ríos, y con unas canoas chicas que tenían en el mismo río lo vio, y miró que con hacer puentes podría pasar, y no curó de ver las malas ciénagas que estaban una legua adelante; y volvió a Cortés y le dijo que con hacer puentes podrían pasar, creyendo que las ciénagas no eran trabajosas, como después las hallamos. Y luego Cortés me mandó a mí y a un Gonzalo Mejía, que por sobrenombre le llamamos "Rapapelo", porque era nieto de un capitán que decía andaba a robar juntamente con un Centeno, en el tiempo del rey don Juan; y mandó que fuésemos con ciertos principales de Ciguatepecad a los pueblos de Acalá, y que halagásemos a los caciques y con buenas palabras los atrajésemos para que no huyesen: porque aquella población de Acalá eran sobre veinte pueblezuelos, dellos en tierra firme y otros en unas como isletas y todo se andaba en canoas por ríos y esteros; y llevamos con nosotros los tres indios de los de Ciguatepecad por guías, y la primera noche que dormimos en el camino se nos huyeron, que no osaron ir con nosotros: porque, según después supimos, eran sus enemigos y tenían guerra unos con otros; y sin guías hubimos de ir, y con trabajos pasamos las ciénagas. Y llegados al primer pueblo de Acalá, puesto que estaban alborotados y parecían estar de guerra, con palabras amorosas y con darles unas cuentas les halagamos, y les rogamos que fuesen a Ciguatepecad a ver a Malinche y le llevasen de comer. Pareció ser que el día que llegamos a aquel pueblo no sabían nuevas ningunas de cómo había venido Cortés y que traía mucha gente, así de a caballo como mexicanos, y otro día tuvieron nueva de indios mercaderes del gran poder que traía, y los caciques mostraron más voluntad de enviar comida que cuando llegamos, y dijeron que cuando hubiese llegado a aquellos pueblos le servirían y harían lo que pudiesen en darle de comer; y en cuanto ir adonde estaba, que no querían ir, porque eran sus enemigos. Pues estando que estábamos en estas pláticas con los caciques, vinieron dos españoles con cartas de Cortés, en que me mandaba que con todo el bastimento que pudiese haber saliese de allí a tres días al camino con ello, por causa que ya le habían despoblado toda la gente de aquel pueblo donde le había dejado, y me hizo saber que venía ya camino de Acalá y que no había traído maíz ninguno ni lo hallaba, y que pusiese mucha diligencia en que los caciques no se ausentasen; y también los españoles que me trajeron las cartas me dijeron cómo Cortés había enviado el río arriba de Ciguatepecad cuatro españoles, y los tres dellos de los nuevamente venidos de Caltilla, en canoas a demandar bastimento a otros pueblos que decían que estaban allí cerca, y que no habían vuelto y que creían que los habían muerto, y saltó verdad. Volvamos a Cortés, que comenzó de caminar, y en dos días llegó al gran río que ya otras veces he dicho, y luego puso mucha diligencia en hacer una puente, y fue con tanto trabajo y con maderos gruesos y grandes, que, después de hecha, se admiraron los indios de Acalá del haber de tal manera puesto los maderos, y estúvose en hacer cuatro días; y como salió Cortés del pueblo ya otras veces por mí nombrado con todos sus soldados, no traían maíz ni bastimento, y con los cuatro días que estuvimos en aquel pueblo, y Cortés en hacer la puente, pasaron muy gran hambre e trabajo, e lo peor de todo, que no sabían si adelante tendrían maíz o si estaba de paz aquella provincia; aunque algunos soldados viejos se remediaban con cortar árboles muy altos que parecen palmas, que tienen por fruta unas al parecer de nueces muy encarceladas, y aquellas asaban y quebraban y comían. Dejemos de hablar en esta hambre, y diré cómo la misma noche que acabaron de hacer la puente llegué yo con mis tres compañeros y con ciento y treinta cargas de maíz y ochenta gallinas y miel y frisoles y sal, y otras frutas, y como llegué de noche ya que oscurecía, estaban todos los más soldados aguardando el bastimento, porque ya sabían que yo había ido a lo traer; y Cortés les decía a los capitanes y soldados que tenían esperanza en Dios que presto tendrían todos de comer, pues que yo había ido a Acalá para traerlo, si no me habían muerto los indios, como mataron a los otros cuatro españoles que envió a buscar comida. Y volviendo a nuestra materia: así como llegué con el maíz y bastimento a la puente, como era de noche, cargaron todos los soldados dello y lo tomaron todo, que no dejaron a Cortés ni a ningún capitán ni a Sandoval cosa ninguna, con dar voces: "Dejadlo, que es para el capitán Cortés"; y asimismo su mayordomo Carranza, que así se llamaba, y el despensero Guinea daban voces y se abrazaban con el maíz, que les dejasen siquiera una carga; y como era de noche, decíanle los soldados: "Buenos puercos habéis comido vosotros y Cortés, y nos habéis visto morir de hambre y no nos dabáis nada dellos"; y no curaban de cosa que les decían, sino que todo se lo apañaban. Pues como Cortés supo que se lo habían tomado y que no le dejaron cosa ninguna, renegaba de la paciencia y pateaba; y estaba tan enojado, que decía que quería hacer pesquisas y castigar a quien se lo tomó, y dijeron lo de los puercos que comió. Y como vio y consideró que el enojo era por demás y dar voces en desierto, me mandó llamar a mí, y muy enojado me dijo que cómo puse tal cobro en el bastimento. Yo le dije que procurara su merced de enviar adelante guardas para ello, y aunque él en persona estuviera guardándolo, se lo tomaran, porque le guarde Dios de la hambre, que no tiene ley; y como vio que no había remedio ninguno, y que tenía mucha necesidad, me halagó con palabras melosas, estando delante el capitán Gonzalo de Sandoval, y me dijo: "Oh señor hermano Bernal Díaz del Castillo, por amor de mí, que si dejasteis algo escondido en el camino, que partáis conmigo, que bien creído tengo de vuestra diligencia que traeríais para vos y para vuestro amigo Sandoval." Y como vi sus palabras y de la manera que lo dijo, hube lástima de él; y también Sandoval me dijo: "Pues yo, juro a tal, tampoco tengo un puño de maíz de que tostar y hacer zacalote"; y entonces concerté y dije que conviene que esta noche al cuarto de a modorra, después que esté reposado el real, vamos por doce cargas de maíz y veinte gallinas y tres jarros de miel, y frisoles y sal, y dos indias para hacer pan, que me dieron en aquellos pueblos para mí, y hemos de venir de noche, que nos lo arrebatarán en el camino los soldados, y esto hemos de partir entre vuestra merced y Sandoval y yo e mi gente; y el se holgó en el alma y me abrazó; y Sandoval dijo que quería ir aquella noche conmigo por el bastimento, y lo trajimos, con que pasaron aquella hambre, y también le di una de las dos indias a Sandoval. He traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo se ponen los capitanes en tierras nuevas; que a Cortés, que era muy temido, no le dejaron maíz que comer, y que el capitán Sandoval no quiso fiar de otro la parte que le había de caber, que él mismo fue conmigo por ello, teniendo muchos soldados que pudiera enviar. Dejemos de contar del gran trabajo del hacer de la puente y de la hambre pasada, y diré cómo obra de una legua adelante dimos en las ciénagas muy malas, y eran de tal manera, que no aprovechaba poner maderos ni ramos ni hacer otra manera de remedios para poder pasar los caballos, que atollaban todo el cuerpo sumido en las grandes ciénagas, que creímos no escapar ninguno dellos, sino que todos quedarían allí muertos; y todavía porfiamos de ir adelante, porque estaba obra de medio tiro de ballesta tierra firme y buen camino, y como iban los caballos con tanto trabajo y se hizo un callejón por la ciénaga de lodo y agua; que pasaron sin tanto riesgo de se quedar muertos, puesto que iban a veces medio a nado entre aquella ciénaga y el agua; pues ya llegados en tierra firme, dimos gracias a Dios por ello, y luego Cortés me mandó que con brevedad volviese a Acalá y que pusiese gran recaudo en los caciques que estuviesen de paz, y que luego enviase al camino bastimento; y así lo hice, que el mismo día que llegué a Acalá de noche envié tres españoles que iban conmigo con más de cien indios cargados de maíz e otras cosas; y cuando Cortés me envió por ello, dije que mirase que él en persona lo aguardase, no lo tomasen como la otra vez; y así lo hizo, que se adelantó con Sandoval y Luis Marín, y lo hubieron todo y lo repartieron; y otro día, a obra de mediodía llegaron a Acalá, y los caciques le fueron a dar el bien venido y le llevaron bastimento; y dejarlo he aquí, y diré lo que más pasó.